Entre las puntadas de la modernidad trabista

20.10.2020

Carmen María Jaramillo es curadora, docente e investigadora independiente colombiana con una amplia trayectoria en importantes instituciones del arte de su país natal. Entre estas, fue curadora General del Museo de Arte Moderno de Bogotá, estuvo vinculada a Colcultura como Jefe de la División de Artes Plásticas y como directora de la Unidad de Artes y otras Colecciones del Banco de la República. Su especialidad investigativa ha sido el Arte moderno aunque también ha realizado ciertos estudios sobre el arte contemporáneo.

En "Fisuras del arte moderno en Colombia" la autora intenta mostrar nuevas relaciones o modalidades que se dieron en la modernidad, con el fin de ampliar el panorama visible y proyectar nuevas cartografías[1]. Su estilo de escritura es ameno y fluido, no le teme a cruzarse con lo anecdótico (o incluso con lo farandulero) pero jamás pierde la objetividad o veracidad de sus fuentes. Constantemente apoya al lector con imágenes para lograr el fin último de su texto: señalar y ampliar "un tono de época"[2] de uno de los periodos temporales más influyentes en la contemporaneidad del campo artístico en Colombia.

Esta reseña se centra en un periodo temporalmente muy concreto, pero contextualmente muy agitado y heterogéneo: los años sesenta. Esta época ha sido caracterizada y relatada como un momento de emergencia casi genial, se dice que inicia la crítica del arte formal, surge el "verdadero" arte moderno y explota la diáspora colombiana hacia el mundo.

Al hablar de esta época Jaramillo nos introduce en una serie de tensiones que definieron la manera en que percibimos y lo que percibimos del arte colombiano actualmente.

Por un lado, están los grupos de Americanistas con artistas de la línea del grupo Bachué, como Carlos Correa, Hena Rodriguez, junto con Pedro Nel Gómez, Ignacio Gómez Jaramillo, Débora Arango, entre otros. Todos ellos habían dado la batalla por una verdadera cruzada tropicalista: buscaron incansablemente propuestas nacidas desde Colombia y Latinoamérica que generaran temáticas, modos de hacer y formas de representación propias.

Los Americanistas habían tenido que luchar ya contra la clase conservadora colombiana que los catalogaba como arte impuro, degenerado, que atentaba contra la moral y los valores establecidos. En este proceso soportaron y superaron procesos de censura, comentarios descarnados de la prensa y los políticos de turno. Lo que no sabían es que aún les esperaba un último golpe que aportaría a perpetuar y promover las décadas de olvido a las que fueron condenados casi hasta inicios del siglo XXI: Las duras palabras de la crítica de arte de Marta Traba. 

Desde la perspectiva (altamente difundida) de Traba el Americanismo[3] era un movimiento anacrónico, insípido, que poco tenía que decir para la nueva realidad moderna e internacionalista que vivía el país. En sus múltiples textos se encargó de opacar sin pudor ni disimulo a los artistas del pasado y sacar a relucir a sus "elegidos". Fue tan fuerte su influencia en el campo/círculo del arte colombiano que logró consolidar y dar visibilidad a todo un grupo de artistas trabistas; estos se caracterizaban por su ánimo internacionalista y por crear obras que iban muy al corriente de las vanguardias europeas post-guerra. Entre los grandes nombres se destacan: Alejandro Obregón, Fernando Botero, Enrique Grau, Beatriz Gonzalez, entre muchos otros.

Carmen Jaramillo nos muestra cómo todos estos movimientos y preferencias no pasaban ocultos ante los ojos de múltiples artistas, críticos y medios de comunicación que empezaron a poner en duda la forma de proceder de Marta Traba, llevando incluso a discusiones profundas sobre el rol de la crítica de arte. Sin embargo, estos disensos poco pudieron hacer para reducir al influencia que tuvo Traba en el arte colombiano y el "relevo generacional" que ella misma declaró.

Tan pronto como nos muestra a los trabistas, Jaramillo se encarga de rompernos su homogeneidad. En otras palabras, nos muestra que no es posible pensar en esta nueva generación como un grupo de una hermandad de pollitos (todos amarillos, todos esponjosos) bajo las alas de su madre. La década de los sesentas encarna una extrema paradoja, por un lado, se caracterizó por la explosión de corrientes que muchas veces entraban en conflicto y por el otro, desde una mirada contemporánea, resulta muy difícil encontrar un límite duro entre ellas o saber dónde empieza una y donde termina la otra.

Carmen Jaramillo nos habla de la abstracción, esa tendencia amada por Traba que infectó de forma irreversible la mente y el estilo de múltiples artistas. Este movimiento puso en jaque tanto al público, como a los críticos e historiadores del arte; los primeros se sentían carentes de herramientas de interpretación y los segundos fueron despojados de la capacidad de definir el movimiento con los ismos modernos acostumbrados a escindir y clasificar de manera exacta. La abstracción vivió la verdadera crónica de una muerte anunciada, pues fue narrada a la vez que se declaraba su fin.

Sin embargo, los profetas del arte se equivocaron, pues lo que sucedió en realidad es que fue encarnada simultáneamente en dos campos distintos: el informalismo y la nueva figuración. El primero fue violento y osado, no temía usar nuevos soportes y materiales con tal de romper cualquier racionalidad o estructuración formal dentro del arte; el segundo tenía unas características similares, pero era hijo del matrimonio (a veces trágico a veces amigable) entre la figuración y la abstracción.


La nueva figuración se caracterizó por ejercer la juiciosa desfiguración de la realidad, jugaba con el cuerpo, la figura, la forma, el color, la escultura, lo material, la sexualidad, la violencia, etc. No temió a desleír y rasgar los tejidos de la realidad y volverlos a unir en un orden nunca antes visto pero hasta cierto punto comprensible. Es lo monstruoso en su máxima expresión, porque la tenacidad y el impacto que causa un monstruo surge precisamente en el siniestro intersticio (la fisura) entre lo reconocible y lo irreconocible, lo significante y lo que se escapa al entendimiento, lo visible y lo oculto, lo conocido y lo novedoso.


JUICIO CRÍTICO

Uno de los puntos que más rescato de la perspectiva brindada por Carmen Jaramillo, es que no pretende mostrar la historia del arte como una sucesión de hechos reales y unilaterales, sino que saca a la luz numerosas tensiones de opinión, contexto y gusto. Aunque no es su intención principal, su relato permite inferir que aquello que es visibilizado o invisibilizado dentro de la historia del arte no es fruto de decisiones azarosas, sino que depende del gusto, las figuras de poder, las instituciones, los eventos, la prensa e incluso la situación sociopolítica nacional e internacional.

Además de ser un excelente recuento histórico, en esta narración Carmen María Jaramillo quiebra el mito creado alrededor de Marta Traba y sus elegidos. No lo hace a partir de ofensas y deslegitimación (método que sería equivalente a caer en las estrategias de la crítica argentina) sino al mostrar lo subyacente, los juicios parciales de la crítica y aquellas voces (también modernas) poco visibilizadas y rescatadas que buscaban darle reconocimiento a otras expresiones artísticas.

Cuan artista moderna, desteje la historia contada y nos permite ver a través del espacio entre las puntadas oficiales. Abre las puertas del sótano y saca a la luz la parcialidad, las opiniones y las discusiones que se daban en la modernidad. Devela lo monstruoso desde los intersticios y pone en vilo la unidad de la verdad del arte que nos han contado.



[1] Carmen María Jaramillo, Fisuras del Arte Moderno en Colombia, (p.13) 2012, https://www.academia.edu/43288330/Carmen_María_Jaramillo_Fisuras_del_Arte_Moderno_en_Colombia_Completo_.

[2] Carmen María Jaramillo.

[3] Nombre bajo el cual cobijó a múltiples y muy variadas expresiones artísticas de los años 30 y 40.

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